domingo, 3 de abril de 2011

SOBRE GUITARRAS Y AIKIDO

Voy a contar una pequeña anécdota que me ocurrió la semana pasada y que, pasados los momentos de cabreo e indignación iniciales, me ha llevado a una reflexión que me gustaría compartir con vosotros.

A grandes rasgos, una persona que viene al Dojo a pedir información sobre las distintas disciplinas marciales que ofrecemos. Se le hace ver en qué consiste cada una de las actividades, los horarios que tienen, preguntas varias y variadas y, por último, se le expone el precio.


Normalmente, aquí acaba la cosa. Se le ofrece una o dos clases de prueba y si la persona tiene interés y le gusta, se introducirá en este mundo y, si no lo tiene, pues no vendrá o arrojará la toalla a las primeras de cambio.


Sin embargo, esta vez ocurrió algo que me dejó helado. La respuesta que me dió fue la siguiente: "Ufff eso es muy caro. Yo pago eso por una o dos clases de guitarra, pero por darse armazos aquí no".


Imagino que pondría cara de muñeco manga, con la vena de la frente marcada en forma de cruz y con la gota de sudor bien prominente sobre mi excelsa calva... Ciertamente no supe que contestar. Bueno, mejor dicho. Si sabía que decir exactamente, pero referirme a sus ancestros y tener que retirar execrencias plúmbeas con una pala de sus columbarios no me parecía demasiado educado. ¡¡¡ Dios me hago viejo!!!!.


Bromas aparte, la cuestión es bastante seria. ¿Por qué se nos valora tan poco?. O sea, una clase de guitarra si vale lo que vale, y una clase de una disciplina marcial (la que sea) no. Y yo me pregunto.. ¿acaso llegar a impartir una disciplina marcial no conlleva una vida llena de sacrificio, estudio, abnegación y práctica constante, igual que pueda serlo llegar a dominar un instrumento musical?.


Quiero pensar que se trata de una cuestión socio-cultural más que otra cosa. En oriente, la figura del maestro de Artes Marciales tiene un status social bien reconocido, con un rol importante . En occidente, ese reconocimiento aún no ha llegado, o bien, está infravalorado. Es triste la verdad. Y digno de admiración toda aquella gente que se dedica de forma completamente profesional, sin "apoyos extra" en esa labor. Sólamente su trabajo, su esfuerzo y su estudio dentro del tatami, como el concertista de guitarra, pero cambiando partituras por ukemi.





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